Este poema sin duda me gustó mucho, lo recuerdo porque mientras me alojaba en la casa de mi hermana, en Ayacucho, mi enamorada de aquel entonces se había quedado en Lima, y mientras venían a mí cada uno de los versos, me imaginaba entre los contertulios, haciendo de igual manera, mi brindis por el amor ausente.
En la vieja Colonia, en el oscuro
rincón de una taberna,
tres estudiantes de Alemania un día
bebíamos cerveza.
Cerca, el Rhin murmuraba entre la bruma,
evocando leyendas,
y sobre el muerto campo y en las almas
flotaba la tristeza.
Hablábamos del amor, y Frank el triste,
el soñador poeta,
de los versos enfermizos cual las hadas
de sus vagos poemas:
"Yo brindo -dijo- por la amada mía,
la que vive en la nieblas,
en los viejos castillos y en las sombras
de las mudas iglesias;
por mi pálida Musa de ojos castos
y rubia cabellera,
que cuando entra de noche en mi buhardilla
en la frente me besa"
Y Kari, el de las rimas aceradas,
el de la lira enérgica,
cantor del Sol, de los azules cielos
el poeta del pueblo, el que ha narrado
sus campesinas faenas,
el de los versos que en las almas vibran
cuál música guerrera:
"Yo brindo -dijo- por la Musa mía
la hermosa lorenesa
de ojos ardientes, de encendidos labios
y riza cabellera;
por la mujer de besos ardorosos,
que espera ya mi vuelta
en los verdes viñedos donde arrastra
sus aguas el Mosela"
"Brinda" -me dijeron- yo callaba
de codos en la mesa,
y ocultando una lágrima, alcé el vaso
y dije con voz trémula:
"¡Brindo por el amor que nunca acaba!"
y apuré la cerveza.
Entre risas y gritos, exclamamos:
"¡Por la pasión eterna!"
y seguimos risueños, charladores,
en nuestra alegre fiesta...
Y allí mi corazón se moría,
se moría de frío y tristeza.
Cuando hubo terminado mi lectura, y recuerdo muy bien que hice un acápite personal al presente poema, me gustaría compartirlo, pero temo que mi empequeñecida poética, malogre el recorrido de los versos de Arciniegas.
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