miércoles, 14 de septiembre de 2011

EL PEZ EN EL AGUA - Mario Vargas LLosa

Recuerdo vívidamente las discusiones acaloradas entre mi padre y mis hermanos durante la contienda electoral del 90. Mi padre, hombre pragmático para sus ideas políticas, rudo y de carácter encendido, no veía con buenos ojos la posible presidencia de Mario Vargas Llosa: novelista, liberal y amante de un país sin fronteras; y aunque por el otro lado se percibía a Alberto Fujimori como un independiente, la sola posibilidad de ver como presidente a un nisei lo sobrecogía notoriamente; siendo este su argumento más recurrente. Mis hermanos en cambio, más aventureros pero igual de encendidos que mi padre, se inclinaban por el novelista, porque veían un su plan de gobierno la emulación a una corriente sudamericana que comenzaba apenas a dar frutos en otros países. Puntualmente en Chile.

Yo, con poco menos de diez años, me veía envuelto en esta avalancha de ideas encontradas tratando de pensar en cuál sería la mejor opción para el país, en esos interminables cónclaves que fueron aquellas discusiones políticas durante los dos meses que duró la campaña de segunda vuelta. Debo confesar que de Vargas Llosa sabía poco o nada, es decir, lo que me enseñaron en el colegio. El único indicio que tenía de él era su novela: La ciudad y los perros, que abandoné porque en medio de la lectura vi la película. Pero como todo niño que siempre emula a sus mayores, decidí entonces tomar partido en ese pequeño país que era mi hogar. Mi ficticio voto sería por Vargas Llosa, y aunque ahora, con la lejanía de los años no puedo decir bien por qué, creo recordar que el argumento que más me impresionó fue que -ambos bandos estaban de acuerdo- Vargas Llosa suponía integridad y compromiso moral.

Leer el Pez en el agua ha sido un viaje hacia aquellos meses de campaña electoral, una evocación hacia esos afiebrados debates familiares, al impresionante comercial del famoso "shock" que montó el aprismo, debo confesar que cada vez que lo veía sentía la llegada del apocalipsis. Aquel rostro abstracto que aparecía de la nada, munchiano, gritando de desesperación me sobrecogía y perseguía en la oscuridad de mi habitación. Jamás olvidaré esa propaganda, ni el miedo que despertaba en mí; a pesar de que mis hermanos se enfadaban cada vez que lo veían, yo no hacía más que achicarme en mi asiento.

El libro en sí, es una combinación de recuerdos en los que intercaladamente Vargas Llosa nos cuenta sobre aquella aventura política, y sus recuerdos infantiles hasta su primer viaje a París. Sobre estos recuerdo personales hay una intención novelesca, esa prosa que tan bien maneja Vargas Llosa para fabular, para internarnos en el entramado de los hechos, los intentos por intimar con el personaje, de escrutarlo, y de dejarse llevar por el ambiente. Me hizo recordar a su novela Travesuras de la niña mala, en donde el personaje siempre está en contacto con el ambiente, con el acontecer político, con los hechos más resaltantes de su tiempo, en un intento por convertir al personaje en algo real, con datos que puedes cotejar de manera que en todo momento no hay forma de pensar que de lo que se trata es de una ficción.

Pero en sus otros recuerdos, en los que conciernen a la aventura política, hay una carga más ideológica, ensayista; un intento de explicar y al mismo tiempo de narrar, los hechos más significativos de aquella campaña, sin dejar de lado claro está, el entramado colectivo.

Ahora entiendo más las quejas de muchos en cuanto al rigor gramático y de sintaxis de Vargas Llosa, como por ejemplo, cuando Martha Hildebrand dice que Vargas Llosa es la prueba de cómo un buen narrador puede tener tantas faltas, o cuando Marco Aurelio Denegri achaca los -a su parecer- graves errores que comete Vargas Llosa en sus novelas. Yo no me considero un fundamentalista de las formas, pero no pude pasar por alto lo siguiente: el uso desmedido del pronombre "yo" antepuesto a la enumeración de varias personas ( yo y Patricia, yo y Álvaro, etc.) aunque ciertamente esta es considerada una norma de cortesía, su indiscriminado uso logra que se atropelle la lectura. Encontré otras más, pero aquellos dislates me parecieron irrelevantes, como por ejemplo cuando dice: "es algo que se volvió a repetir". Pero tampoco es para rasgarse las vestiduras, he escuchado a Octavio Paz cometer el mismo error... Curioso, dos premio nobel.

Con respecto a sus otros recuerdos, los que no conciernen a la campaña política, tengo algunas quejas: a menudo Mario se queja de la actitud de muchos intelectuales que cambian de bando político como si se trataran de jugadores de la liga española de fútbol, algo que me parece poco elegante, puesto que él mismo cambió de parecer en sus comienzos. A veces las situaciones personales no salen a la luz cuando se trata de personajes públicos. Lo digo esto en cierto modo apasionado porque se queja de un autor por el cual siento un profundo cariño: Julio Ramón Ribeyro. Que yo recuerde, Ribeyro siempre estuvo ligado a la izquierda, y nunca cambió de parecer, el hecho de que fuera funcionario del primer gobierno de Alan García no significa de ninguna manera que haya sido siquiera el 1% de corrupto que era el presidente en mención, porque aquello nos llevaría a cierto fundamentalismo que también se lo podríamos achacar al mismo Vargas Llosa, cuando recibía la máxima distinción de manos de este, al mismo tiempo que se enviaban fuerzas represivas al interior del país, con la intención de exacerbar los ánimos cercanos a la última campaña electoral.

Pero desde luego El pez en el agua es un libro de memorias, y las memorias son así, cargas subjetivas de un pasado que nos pertenece, con esa contaminación emocional.

Una pregunta que me hice siempre fue: ¿Cómo y de dónde se obtuvo tanto dinero para semejante campaña electoral, sin precedentes hasta ese entonces en el país? En un momento además tan dramático económicamente hablando. Mario no nos dice mucho al respecto, tan sólo nos cuenta que había encargado a uno de sus amigos y dirigentes de campaña para que recibiera el dinero y no le revelara la fuente -algo que resulta peligroso pues no es otra cosa que mirar al costado-, además nos dice que en toda la campaña habían gastado 15 millones de dólares. No sé ustedes pero para un país que había alcanzado niveles inflacionarios astrales, nunca antes vistos, que solamente superaba a Haití en exportaciones, ¿cómo podía un grupo mermado de empresarios honestos aportar tamaña suma de dinero? Algo se pudría en Nueva York.

Otra cosa que me llama la atención es cómo Mario no se puede explicar el por qué de que la población se sumara a las propuestas de izquierda, a los programas populistas, a las reformas agrarias cuando el campesino no había obtenido nada de ellas; habría que pensar en la precariedad laboral, en las formas de esclavitud que existían antes de estas medidas para hallar una respuesta que salta por sí sola. Tratar al pueblo de ignorante porque no te hacen caso, en lugar de intentar explicarse -sin cargas emocionales de corte ideológico- las razones por las cuales la pobreza estaba -y aun está aunque se niegue- tan enraizada en el país.

Un punto que me pareció similar al pensamiento de Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, es el tratamiento de las dictaduras, aunque ciertamente Vargas Llosa se muestra en contra de todo tipo de dictaduras (de izquierda o de derecha), puesto que realiza un viaje a Singapur, en un intento por querer estrechar vínculos con los mercados asiáticos -¿Quién iba a pensar que en realidad más que aquellos países ahora los negocios se hacen con China, verdad Mario?- y nos cuenta las maravillas del libre mercado, escamoteando un poco el hecho de que en aquel entonces Lee Kwan-Yew haya sido un dictador, entronizado en el poder desde 1959 hasta noviembre de 1990, logrando que su hijo también fuera primer ministro. Exactamente la misma visión que tenía Galeano sobre el dictador paraguayo Rodriguez de Francia, quien se considera el gran organizador de la nación paraguaya, resulta sumamente curioso que Lee Kwan Yew se le considere el gran organizador de Singapur. En cierto modo el mensaje es: no importa sí es dictadura o no, sino que sean afines a mis ideas.

En fin, es un libro que da mucho para hablar, comentar y escribir; un descargo justo y bien ganado contra una guerra sucia encarnizada, consensuada y lapidaria; un repaso a los niveles de abyección a los que llegó en sus últimos meses el gobierno aprista; sus denodados esfuerzos por conseguir impunidad anteponiendo los intereses partidarios por sobre los nacionales. Hace más de dos años, conversando con mi novia de aquel entonces, le dije lo justo que sería -a pesar de tener ideas diferentes- un homenaje de desagravio político a Mario Vargas Llosa, mucho antes de que ganara el nobel, un gesto que desde luego hubiera sido hermoso y justo. Lamentablemente este homenaje llegó mucho después, en momentos en que el gobierno quería subir su popularidad.

Considero un libro de suma importancia para quien quiere dar un repaso a la historia política reciente; el génesis de una dictadura que arrasó moralmente al país, que trajo paz con sangre de inocentes, que consiguió estabilidad económica con peculado, y que hizo de la libertad una ficción.

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