domingo, 2 de octubre de 2011

SEVILLANO - Oliverio Girondo

En el atrio: una reunión de ciegos auténticos, hasta con placa, una jauría de chicuelos, que ladra por una perra.

La iglesia se refrigera para que no se le derritan los ojos y los brazos... de los exvotos.

Bajo sus mantos rígidos, las vírgenes enjugan lágrimas de rubí. Algunas tienen cabelleras de cola de caballo. Otras usan de alfiletero el corazón.

Un cencerro de llaves impregna la penumbra de un pesado olor a sacristía. Al persignarse revive en una vieja un ancestral orangután.

Y mientras, frente al altar mayor, a las mujeres se les licua el sexo contemplando un crucifijo que sangra por sus sesenta y seis costillas, el cura mastica una plegaria como un pedazo de "chewing gum".



Sevilla, abril, 1920

PLAZA - Oliverio Girondo

Los árboles filtran un ruido de ciudad.

Caminos que se enrojecen al abrazar la rechonchez de los parterres. Idilios que explican cualquiera negligencia culinaria. Hombres anestesiado de sol, que no se sabe si se han muerto.

La vida aquí es urbana y simple.

Sólo la complican:

Uno de esos hombres con bigotes de muñeco de cera, que enloquecen a las amas de cría y les ordeñan todo lo que han ganado con sus ubres.

El guardián con su bomba, que es un "Manneken-Pis".

Una señora que hace gestos de semáforo a un vigilante, al sentir que sus mellizos se están estrangulando en su barriga.




Buenos Aires, diciembre, 1920

PEDESTRE - Oliverio Girondo

En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal olor de la ciudad.

Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se acuestan para fornicar en la vereda.

Con un brazo prendido en la pared, un farol apagado tiene la visión convexa de la gente que pasa en automóvil.

Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se exhiben en los escaparates, adelgazan las piernas que cuelgan bajo las capotas de las victorias.

Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de tragarse una mujer.
Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de prostituta que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar(5).


De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe de batuta todos los estremecimientos de la ciudad, para que se oiga en un solo susurro, el susurro de todos los senos al rozarse.


Buenos Aires, agosto, 1920


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5 Los perros fracasados han perdido a su dueño por levantar la pata como una mandolina, el pellejo les ha quedado demasiado grande, tienen una voz afónica, de alcoholista, y son capaces de estirarse en un umbral, para que los barran junto con la basura.

FIESTA EN DAKAR - Oliverio Girondo

La calle pasa con olor a desierto, entre un friso de negros sentados sobre el cordón de la vereda.

Frente al Palacio de la Gobernación:
¡CALOR! ¡CALOR!
Europeos que usan una escupidera en la cabeza.
Negros estilizados con ademanes de sultán.

El candombe les bate las ubres a las mujeres para que al pasar, el ministro les ordeñe una taza de chocolate.

¡Plantas callicidas! Negras vestidas de papagayo, con sus crías en uno de los pliegues de la falda. Palmeras, que de noche se estiran para sacarle a las estrellas el polvo que se les ha entrado en la pupila.

¡Habrá cohetes! ¡Cañonazos! Un nuevo impuesto a los nativos. Discursos en cuatro mil lenguas oscuras.

Y de noche:
¡ILUMINACIÓN!
a cargo de las constelaciones.

EXVOTO - Oliverio Girondo

A las chicas de Flores

Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa.

Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda.

Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro de los balcones, para que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de noche, a remolque de sus mamas -empavesadas como fragatas- van a pasearse por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas.

Las chicas de Flores, viven en la angustia de que las nalgas se les pudran, como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse de él como de un corsé. ya que no tienen el coraje de cortarse el cuerpo de pedacitos y arrojárselo, a todos los que les pasan la vereda.



Buenos Aires, octubre, 1920

APUNTE CALLEJERO - Oliverio Girondo

En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana.

Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar... Necesitaré dejar algún lastre sobre la vereda...

Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.

NOCTURNO - Oliverio Girondo

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.

¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?

Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes.

A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón.

Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.

¡Silencio! -grito afónico que nos mete en el oído-. ¡Cantar de las canillas mal cerradas! -único grillo que le conviene a la ciudad-.


Buenos Aires, noviembre, 1921

viernes, 30 de septiembre de 2011

CAFÉ-CONCIERTO - Oliverio Girondo

Las notas del pistón describen trayectorias de cohete, vacilan en el aire, se apagan antes de darse contra el suelo.

Salen unos ojos pantanosos, con mal olor, unos dientes podridos por el dulzor de las romanzas, unas piernas que hacen humear el escenario.

La mirada del público tiene más densidad y más calorías que cualquier otra, es una mirada corrosiva que atraviesa las mallas y apergamina la piel de las artistas.

Hay un grupo de marineros encandilados ante el faro que un "maquereau" tiene en el dedo meñique, una reunión de prostitutas con un relente a puerto, un inglés que fabrica niebla con sus pupilas y su pipa.

La camarera me trae, en una bandeja lunar, sus senos semi-desnudos... unos senos que me llevaría para calentarme los pies cuando me acueste.

El telón, al cerrarse, simula un telón entreabierto.



Brest, agosto, 1920

VEINTE POEMAS PARA SER LEÍDOS EN EL TRANVÍA - Oliverio Girondo

Pasando por ese epígrafe estomacal del poemario, la Carta Abierta a Evar Méndez a modo de prólogo, en la que Oliverio explica por qué los poemarios no debieran prologarse, y los veinte poemas en sí, este pequeño libro destinado a la distracción en un viaje largo, nos entrega una pequeña muestra de lo que sería más adelante todo el trabajo del autor. Sus "perros fracasados", sus gravitaciones, sus lágrimas vivas, todo el mundo poético de Oliverio Girondo se desarrolla a partir de esta obra. Y aunque naturalmente en este libro se presenta de manera tímida, ya se puede sentir ese lenguaje poético tan peculiar que luego desarrollaría con amplitud. Un trabajo en el que no estaría solo, que tendría como compañeros a Vallejo, y a tantos otros poetas de la mitad del siglo pasado.

Sobre la idea de publicar, sobre el destino de los poemas Girondo nos explica lo que muchos ya sabemos, que los escritores publican más de lo que deberían, y que hay una intención patética en la publicación de trabajos que probablemente no debieran ver la luz pública.

Lo he leído constantemente, casi hasta el hartazgo. De hecho, desde que comencé a plantearme el problema, miento, desde que comencé a escribir poemas, siempre me inquirí el hecho de querer publicar un libro; y más aún, qué probable destino deberían tener los trabajos personales.

Desde mis primeros poemas siempre he tenido la misma visión, algo que ciertamente me hace dudar, pues luego de tantos años, el hecho de conservar la misma idea me hace pensar que probablemente estoy equivocado. Para mí, un poema tiene un destino desde su primera palabra, el destinatario desde luego es la necesidad íntima, pero el destino debe ser: los demás. Es cierto que no se puede pensar en el destinatario como a un grupo en particular, es decir, un poema no debe ser ideado para que sea leído por ejemplo, por jóvenes, por eruditos, por sansimonianos, etcétera. Pensar en un grupo específico es un acto de demagogia, todos lo sabemos, pero aquí hay una contradicción: ¿Qué sucede entonces cuando un poema surge en la necesidad de expresar un sentimiento hacia una persona en particular? ¿no es éste un acto demagógico? ¿no es este poema un uso indebido del arte? Para mí no lo es, y no lo es porque el poema responde a la sincera necesidad personal, entonces ¿podríamos condenar al poeta que lanza su arte hacia digamos los deudos de la Camboya de Pol Pot? ¿son únicamente válidos los poemas abstractos, los que no tienen un destinatario en particular, o en su defecto, los que engloban a toda la humanidad? Yo tengo para mí que ni lo uno ni lo otro. En el arte, la demagogia no es más que no de los tantísimos elementos de la belleza. Es así o en todo caso tendríamos que iniciar una cruzada para la abolición de los géneros, que por cierto, esta última idea me gusta más. Habría que iniciar una campaña de anarquía artística. El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, puede llevar válidamente un destinatario en particular, ya que, como dijo Borges: Lo que le sucede a un hombre, le sucede a todos.

Publicar, no implica necesariamente pensar en destinatarios, pero es ciertamente completar el círculo comunicativo. Quién publica solo espera que la obra salga del círculo interno y alcance su cualidad de expresión. Claro, lo incorrecto es pensar en el éxito. El éxito o el fracaso son los resultados de esta comunicación, mas no la finalidad de la comunicación. La expresión artística debe tener para mí dos requisitos: la necesidad interna de expresarse, y la belleza. La publicación es el fin de la expresión, porque cuando escribimos intentamos comunicarnos, y si en este intento de expresión pensamos en el destinatario está bien, lo que está mal es que pensemos en la fama durante el proceso de comunicación. Para mí, toda publicación es válida siempre y cuando nazca del sincero deseo de una urgencia interna. Un poema no existe hasta que es leído, es el lector el que le da sentido al poema, y el que finalmente puede encontrar o no la belleza.

Por eso me parece de cretinos decir: yo escribo para mí mismo; no, no escribes para ti mismo, escribes por una necesidad interna de expresarte, aunque ciertamente es una expresión distinta al lenguaje cotidiano, a la conversación. "El hombre se expresa para llegar a los demás, para salir del cautiverio de la soledad" dijo Vargas Llosa, y es cierto, pero en la expresión artística se debe apelar a la belleza para que alcance la categoría de arte. Y finalmente la belleza no está en razonamientos, no está en lexicografías, la belleza sucede, se siente o no se siente, y para que pueda sentirse es necesario que el interlocutor pueda entenderla.

En fin, me extendí, voy a subir los poemas que más me impresionaron de este poemario, porque una vez más, sentí la belleza y le di vida a estos poemas una vez que los leí, y espero que ustedes los resuciten, cada vez que los lean.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

EL PEZ EN EL AGUA - Mario Vargas LLosa

Recuerdo vívidamente las discusiones acaloradas entre mi padre y mis hermanos durante la contienda electoral del 90. Mi padre, hombre pragmático para sus ideas políticas, rudo y de carácter encendido, no veía con buenos ojos la posible presidencia de Mario Vargas Llosa: novelista, liberal y amante de un país sin fronteras; y aunque por el otro lado se percibía a Alberto Fujimori como un independiente, la sola posibilidad de ver como presidente a un nisei lo sobrecogía notoriamente; siendo este su argumento más recurrente. Mis hermanos en cambio, más aventureros pero igual de encendidos que mi padre, se inclinaban por el novelista, porque veían un su plan de gobierno la emulación a una corriente sudamericana que comenzaba apenas a dar frutos en otros países. Puntualmente en Chile.

Yo, con poco menos de diez años, me veía envuelto en esta avalancha de ideas encontradas tratando de pensar en cuál sería la mejor opción para el país, en esos interminables cónclaves que fueron aquellas discusiones políticas durante los dos meses que duró la campaña de segunda vuelta. Debo confesar que de Vargas Llosa sabía poco o nada, es decir, lo que me enseñaron en el colegio. El único indicio que tenía de él era su novela: La ciudad y los perros, que abandoné porque en medio de la lectura vi la película. Pero como todo niño que siempre emula a sus mayores, decidí entonces tomar partido en ese pequeño país que era mi hogar. Mi ficticio voto sería por Vargas Llosa, y aunque ahora, con la lejanía de los años no puedo decir bien por qué, creo recordar que el argumento que más me impresionó fue que -ambos bandos estaban de acuerdo- Vargas Llosa suponía integridad y compromiso moral.

Leer el Pez en el agua ha sido un viaje hacia aquellos meses de campaña electoral, una evocación hacia esos afiebrados debates familiares, al impresionante comercial del famoso "shock" que montó el aprismo, debo confesar que cada vez que lo veía sentía la llegada del apocalipsis. Aquel rostro abstracto que aparecía de la nada, munchiano, gritando de desesperación me sobrecogía y perseguía en la oscuridad de mi habitación. Jamás olvidaré esa propaganda, ni el miedo que despertaba en mí; a pesar de que mis hermanos se enfadaban cada vez que lo veían, yo no hacía más que achicarme en mi asiento.

El libro en sí, es una combinación de recuerdos en los que intercaladamente Vargas Llosa nos cuenta sobre aquella aventura política, y sus recuerdos infantiles hasta su primer viaje a París. Sobre estos recuerdo personales hay una intención novelesca, esa prosa que tan bien maneja Vargas Llosa para fabular, para internarnos en el entramado de los hechos, los intentos por intimar con el personaje, de escrutarlo, y de dejarse llevar por el ambiente. Me hizo recordar a su novela Travesuras de la niña mala, en donde el personaje siempre está en contacto con el ambiente, con el acontecer político, con los hechos más resaltantes de su tiempo, en un intento por convertir al personaje en algo real, con datos que puedes cotejar de manera que en todo momento no hay forma de pensar que de lo que se trata es de una ficción.

Pero en sus otros recuerdos, en los que conciernen a la aventura política, hay una carga más ideológica, ensayista; un intento de explicar y al mismo tiempo de narrar, los hechos más significativos de aquella campaña, sin dejar de lado claro está, el entramado colectivo.

Ahora entiendo más las quejas de muchos en cuanto al rigor gramático y de sintaxis de Vargas Llosa, como por ejemplo, cuando Martha Hildebrand dice que Vargas Llosa es la prueba de cómo un buen narrador puede tener tantas faltas, o cuando Marco Aurelio Denegri achaca los -a su parecer- graves errores que comete Vargas Llosa en sus novelas. Yo no me considero un fundamentalista de las formas, pero no pude pasar por alto lo siguiente: el uso desmedido del pronombre "yo" antepuesto a la enumeración de varias personas ( yo y Patricia, yo y Álvaro, etc.) aunque ciertamente esta es considerada una norma de cortesía, su indiscriminado uso logra que se atropelle la lectura. Encontré otras más, pero aquellos dislates me parecieron irrelevantes, como por ejemplo cuando dice: "es algo que se volvió a repetir". Pero tampoco es para rasgarse las vestiduras, he escuchado a Octavio Paz cometer el mismo error... Curioso, dos premio nobel.

Con respecto a sus otros recuerdos, los que no conciernen a la campaña política, tengo algunas quejas: a menudo Mario se queja de la actitud de muchos intelectuales que cambian de bando político como si se trataran de jugadores de la liga española de fútbol, algo que me parece poco elegante, puesto que él mismo cambió de parecer en sus comienzos. A veces las situaciones personales no salen a la luz cuando se trata de personajes públicos. Lo digo esto en cierto modo apasionado porque se queja de un autor por el cual siento un profundo cariño: Julio Ramón Ribeyro. Que yo recuerde, Ribeyro siempre estuvo ligado a la izquierda, y nunca cambió de parecer, el hecho de que fuera funcionario del primer gobierno de Alan García no significa de ninguna manera que haya sido siquiera el 1% de corrupto que era el presidente en mención, porque aquello nos llevaría a cierto fundamentalismo que también se lo podríamos achacar al mismo Vargas Llosa, cuando recibía la máxima distinción de manos de este, al mismo tiempo que se enviaban fuerzas represivas al interior del país, con la intención de exacerbar los ánimos cercanos a la última campaña electoral.

Pero desde luego El pez en el agua es un libro de memorias, y las memorias son así, cargas subjetivas de un pasado que nos pertenece, con esa contaminación emocional.

Una pregunta que me hice siempre fue: ¿Cómo y de dónde se obtuvo tanto dinero para semejante campaña electoral, sin precedentes hasta ese entonces en el país? En un momento además tan dramático económicamente hablando. Mario no nos dice mucho al respecto, tan sólo nos cuenta que había encargado a uno de sus amigos y dirigentes de campaña para que recibiera el dinero y no le revelara la fuente -algo que resulta peligroso pues no es otra cosa que mirar al costado-, además nos dice que en toda la campaña habían gastado 15 millones de dólares. No sé ustedes pero para un país que había alcanzado niveles inflacionarios astrales, nunca antes vistos, que solamente superaba a Haití en exportaciones, ¿cómo podía un grupo mermado de empresarios honestos aportar tamaña suma de dinero? Algo se pudría en Nueva York.

Otra cosa que me llama la atención es cómo Mario no se puede explicar el por qué de que la población se sumara a las propuestas de izquierda, a los programas populistas, a las reformas agrarias cuando el campesino no había obtenido nada de ellas; habría que pensar en la precariedad laboral, en las formas de esclavitud que existían antes de estas medidas para hallar una respuesta que salta por sí sola. Tratar al pueblo de ignorante porque no te hacen caso, en lugar de intentar explicarse -sin cargas emocionales de corte ideológico- las razones por las cuales la pobreza estaba -y aun está aunque se niegue- tan enraizada en el país.

Un punto que me pareció similar al pensamiento de Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, es el tratamiento de las dictaduras, aunque ciertamente Vargas Llosa se muestra en contra de todo tipo de dictaduras (de izquierda o de derecha), puesto que realiza un viaje a Singapur, en un intento por querer estrechar vínculos con los mercados asiáticos -¿Quién iba a pensar que en realidad más que aquellos países ahora los negocios se hacen con China, verdad Mario?- y nos cuenta las maravillas del libre mercado, escamoteando un poco el hecho de que en aquel entonces Lee Kwan-Yew haya sido un dictador, entronizado en el poder desde 1959 hasta noviembre de 1990, logrando que su hijo también fuera primer ministro. Exactamente la misma visión que tenía Galeano sobre el dictador paraguayo Rodriguez de Francia, quien se considera el gran organizador de la nación paraguaya, resulta sumamente curioso que Lee Kwan Yew se le considere el gran organizador de Singapur. En cierto modo el mensaje es: no importa sí es dictadura o no, sino que sean afines a mis ideas.

En fin, es un libro que da mucho para hablar, comentar y escribir; un descargo justo y bien ganado contra una guerra sucia encarnizada, consensuada y lapidaria; un repaso a los niveles de abyección a los que llegó en sus últimos meses el gobierno aprista; sus denodados esfuerzos por conseguir impunidad anteponiendo los intereses partidarios por sobre los nacionales. Hace más de dos años, conversando con mi novia de aquel entonces, le dije lo justo que sería -a pesar de tener ideas diferentes- un homenaje de desagravio político a Mario Vargas Llosa, mucho antes de que ganara el nobel, un gesto que desde luego hubiera sido hermoso y justo. Lamentablemente este homenaje llegó mucho después, en momentos en que el gobierno quería subir su popularidad.

Considero un libro de suma importancia para quien quiere dar un repaso a la historia política reciente; el génesis de una dictadura que arrasó moralmente al país, que trajo paz con sangre de inocentes, que consiguió estabilidad económica con peculado, y que hizo de la libertad una ficción.

domingo, 4 de septiembre de 2011

UN DÍA EN LA VIDA DE DIOS - Martín Caparrós

Adquirí esta inusual novela en la última feria librera que se organizó en Lima. Al parecer era un saldo de edición porque me costó apenas cinco soles. A mi parecer vale más. No es una genialidad de aquellas pero tampoco es un fiasco, es un intento pretencioso que tiene muchas aristas, y también algunos dislates. El tema: Dios. Menudo personaje que se intenta novelar. Pero calma, es sólo un día, Un día en la vida de Dios, lo que desde luego da lugar a muchas preguntas sin resolver.

Del autor, bueno, tuve noticias de él desde unos audios que bajé de internet, en donde entrevista a Julio Cortázar, a la vuelta del enormísimo Cronopio a la Argentina luego de las dictaduras.

Es la primera novela que leo de Martín Caparrós, y luego de leerla no puedo dejar de pensar: Cuánta influencia dejó Cortázar en la generación inmediata posterior. Pero bueno, a lo nuestro:

De plano me atropelló esta palabra: Birlibirloque. Jamás había la había leído, la busqué en vano en el DRAE. Birlibirloque significa, espero no equivocarme: "ver lo que (birloque) pasa", es parecida a la expresión Abracadabra, pues se suele usar como equivalente a: "como por arte de magia". Imagino que debe ser una suerte de argentinismo, una jerga en el lenguaje de la magia. En la novela esta palabra aparece de la siguiente manera:

¡Vaya a saber quién era ese maldito, con que birlibirloques te embaucó!

Más allá de eso, las novedades son de corte histórico, pues el personaje principal, es decir Dios, se interna muchas veces en el mundo que creó, al que llamaba "tercer pedrusco" para observar de cerca a la especie humana -por la cual conservaba una gran curiosidad- tomando el cuerpo de un ser humano en particular. Pueden imaginarse qué le causaba tanta curiosidad a Dios: el simple hecho de que los humanos hayan inventado tantos dioses, y que ninguno se le parezca. Aunque en realidad a Dios no le interesaba ciertamente gobernar el universo tal y como nosotros lo imaginamos.

Lo interesante de la historia es precisamente la visión de Dios, este ente en forma de balón que creó el universo y que va descubriendo la evolución de la humanidad a lo largo de la historia; cuando por ejemplo describe el acto sexual entre los seres humanos:

"En varios puntos hembras y machos se fornicaban raro: mirándose, de frente. Nunca había visto bichos que lo hicieran así: siempre el macho de atrás, atento, vigilante. Estos se abandonaban al fornicio como si el mundo no fuera una amenaza y arremetían uno contra la otra, la otra y uno: querían atravesarse, ir más allá, pasar al otro lado."

O cuando se refiere a la castidad:

"Por qué algunos de ellos quieren mantenerse castos? Sería, pretenden, para no caer en la debilidad de desear: para estar más arriba de esos barros. No es cierto: sí desean. Desean sobreponerse a sus desesos: un deseo más orgulloso todavía."

Esto le permite al autor replantear ciertas cuestiones que damos por sentadas, o hacer observaciones críticas hacia aspectos humanos en los que la iglesia a inoculado en nosotros sus preceptos, a veces, inhumanos.

El problema de la novela radica en que cuando se quiere presentar un Dios nuevo, deja más preguntas que respuestas; aunque desde luego, este Dios me agrada más que los otros, parece ser más lógico y racional. Es un Dios que parece salido más de un libro de física teórica más que de una leyenda truculenta. Y que, por cierto, al parecer es un ente femenino, aunque no entiendo por qué ese esfuerzo que termina dándole una dosis humana que resulta innecesaria.

Otro problema es que por momentos Dios parece ser más estúpido de lo que esperamos, algo que no tiene sentido puesto que es de suponer que alguien que tiene la capacidad de crear un universo... debería ser por lo menos, más intuitivo.

En fin, es una lectura interesante, con ciertos atisbos cómicos, eróticos, dramáticos y sarcásticos. Con muchas ideas de Nietzsche al plantear ciertas cuestiones relacionadas con la creación de Dios. Al que siempre es bueno, crearle nuevas leyendas y acomodarlo mejor para tener, sino un refugio para alejarnos del caos cotidiano, una cosmogonía nueva para volcar nuestros martirios; una respuesta a una pregunta que inquietó al hombre desde que tuvo conciencia de su existencia: ¡Quién rayos nos puso aquí!

lunes, 22 de agosto de 2011

RIDDER Y EL PISAPAPELES - Julio Ramón Ribeyro

Acabo de leer el cuentario de Julio Ramón Ribeyro titulado "Nada que hacer, Monsieur Baruch, y otros relatos" y quiero hacer algo que por cuestiones legales, y casi por costumbre, no está permitido. Al decir esto, pienso en que frecuentemente la prohibición hace una costumbre; pero curioso, a menudo, la costumbre puede derribar una prohibición en esta curiosa libertad social cargada de regulaciones, reglamentos y lamentaciones; en fin... trasladaré aquí, este genial cuento, al cual prácticamente me he vuelto adicto:

RIDDER Y EL PISAPAPELES

Para ver a Charles Ridder tuve que atravesar toda Bélgica en tren. Teniendo en cuenta las dimensiones del país, fue como viajar del centro de una ciudad a un suburbio más o menos lejano. Madame Ana y yo tomamos el rápido de Amberes a las once de la mañana y poco antes de mediodía, después de haber hecho una conexión, estábamos en el andén de Blanken, un pueblecito perdido en una planicie sin gracia, cerca de la frontera francesa.
-Ahora a caminar- dijo madame Ana.
Y nos echamos a caminar por el campo chato, recordando la vez que en la biblioteca de madame Ana cogí al azar un libro de Ridder y no lo abandoné hasta que terminé de leerlo.
-Y después no quiso leer otra cosa que Ridder.
Eso era verdad. Durante un mes pasé leyendo sus obras. Intemporales, transcurrían en un país sin nombre ni fronteras, que podía corresponder a una kermese flamenca, pero también a una verbena española o a una fiesta bávara de la cerveza. Por ellas discurrían hombres corpulentos, charlatanes y tragones, que tumbaban a las doncellas en los prados y se desafiaban a combates singulares, en los que predominaba la fuerza sobre la destreza. Carecían de toda elegancia, esas obras, pero eran coloreadas, violentas, impúdicas, tenían la fuerza de un puño labriego haciendo trizas un terrón de arcilla.

Al ver mi entusiasmo madame Ana me reveló que Ridder era su padrino y es por ello que ahora, anunciada nuestra visita, nos acercábamos a su casa de campo, cortando una pradera. No lejos distinguí un pedazo de mar plomizo y agitado que me pareció, en ese momento, una interpolación del paisaje de mi país. Cosa extraña, eran quizás las dunas, la yerba ahogada por la arena y la tenacidad con que las olas barrían esa costa seca.
Al doblar un sendero avistamos la casa, una casa como la de cualquier campesino del lugar, construida al fondo de un corral que circundaba un muro de piedra. Precedidos por una embajada de perros y gallinas llegamos a la puerta.
-Hace por lo menos diez años que no lo veo- dijo madame Ana-. Él vive completamente retirado.
Nos recibió una vieja que podía ser una gobernanta o ama de llaves.
-El señor los espera.
Ridder estaba sentado en un sillón de su sala-escritorio, con las piernas cubiertas con una frazada y al vernos aparecer no hizo el menor movimiento. No obstante, por las dimensiones del sillón y el formato de sus botas, pude apreciar que era extremadamente fornido y comprendí en el acto que entre él y sus obras no había ninguna fisura, que ese viejo corpachón, rojo, canoso, con un bigote amarillo por el tabaco, era el molde ya probablemente averiado de donde habían salido en serie sus colosos.
Madame Ana le explicó que era un amigo que venía de Sudamérica y que había querido conocerlo. Ridder me invitó a sentarme con un ademán frente a él mientras su ahijada le daba cuenta de la familia, de lo que había sucedido en tantos años que no se veían. Ridder la escuchaba aburrido, sin responder una sola palabra, contemplando sus dos enormes manos curtidas y pecosas. Tan sólo de vez en cuando levantaba un ojo para observarme a través de sus cejas grises, mirada rápida, celeste, que sólo en ese momento parecía cobrar una irresistible acuidad. Luego recaía en su distracción, en su torpor.
La gobernanta había traído una botella de vino con dos vasos y una tisana para su patrón. Nuestro brindis no encontró ningún eco en Ridder, que sin tocar su tisana jugaba ahora con su dedo pulgar. Madame Ana seguía hablando y Ridder parecía, si no complacerse, al menos habituarse a esa cháchara que amoblaba el silencio y lo ponía al abrigo de toda interrogación.
Aprovechando una pausa de madame Ana pude al fin intercalar una frase.
-He leído todos sus libros, señor Ridder, y créame que los he apreciado mucho. Pienso que es usted un gran escritor. No creo exagerar: un gran escritor.
Lejos de Agradecerme, Ridder se limitó a clavarme una vez más sus ojos celestes, esta vez con cierto estupor, y luego, con la mano, indicó vagamente la biblioteca de su sala, que ocupaba íntegramente un muro, desde el suelo hasta el cielo raso. En su gesto creí comprender una respuesta: "Cuánto se ha escrito."
-Pero dígame, señor Ridder -insistí-, ¿en qué mundo viven sus personajes? ¿De qué época, de qué lugar?
-¿Época?,¿lugar? -preguntó a su vez y volviéndose a madame Ana le interrogó sobre un perro que seguramente les era familiar.
Madame Ana le contó la historia del perro, muerto ya hacía años y Ridder pareció encontrar un placer especial en el relato, pues se animó a probar su tisana y encendió un cigarrillo.
Pero ya la gobernanta entraba con una mesita rodante anunciándonos el almuerzo, que tomaríamos allí en la sala, para que el señor no tuviera que levantarse.
El almuerzo fue penosamente aburrido. Madame Ana, agotado su repertorio de novedades, no sabía qué decir. Ridder sólo abría la boca para engullir su comida, con una voracidad que me chocó. Yo reflexionaba sobre la decepción, sobre la ferocidad que pone la vida en destruir las imágenes más hermosas que nos hacemos de ella. Ridder poseía la talla de sus personajes, pero no su voz, ni su aliento. Ridder era, ahora lo notaba, una estatua hueca.
Sólo cuando llegamos al postre, al beber medio vaso de vino, se animó a hablar un poco y narró la historia de caza, pero enredada, incomprensible, pues transcurría tan pronto en Castilla la Vieja como en las planicies de Flandes y el protagonista era alternativamente Felipe II y el mismo Ridder. En fin, una historia completamente idiota.
Luego vino el café y el aburrimiento se espesó. Yo miraba a madame Ana de reojo, rogándole casi que nos fuéramos ya, que encontrara una excusa para salir de allí. Ridder, además, embotado por la comida, cabeceaba en un sillón, ignorándonos.
Por hacer algo me puse de pie, encendí un cigarrillo y di unos pasos por la sala-escritorio. Fue sólo en ese momento cuando lo vi: cúbico, azul, transparente con las aristas biseladas, estaba en la mesa de Ridder, detrás de un tintero de bronce. Era exacto al pisapapeles que me acompañó desde la infancia hasta mis veinte años, su réplica perfecta. Había sido de mi abuelo, que lo trajo de Europa a fines de siglo, lo legó a mi padre y yo lo heredé junto con libros y papeles. Nunca pude encontrar en Lima uno igual. Era pesado, pero al mismo tiempo diáfano, verdaderamente funcional. Una noche, en Miraflores, fui despertado por un concierto de gatos que celaban en la azotea. Saliendo al jardín grité, los amenacé. Pero como seguían haciendo ruido, regresé a mi cuarto, busqué qué cosa arrojarles y lo primero que vi fue el pisapapeles. Cogiéndolo, salí nuevamente al jardín y lancé el artefacto contra la buganvilla donde maullaban los gatos. Éstos huyeron y pude dormir tranquilo.
Al día siguiente, lo primero que hice al levantarme fue subir al techo para recoger el pisapapeles. Inútil encontrarlo. Examiné la azotea palmo a palmo, aparté una por una las ramas de la buganvilla, pero no había rastro. Se había perdido, para siempre.
Pero ahora, lo estaba viendo otra vez, brillaba en la penumbra de ese interior belga, Acercándome lo cogí, lo sopesé en mis manos, observé sus aristas quiñadas, lo miré al trasluz contra la ventana, descubrí sus minúsculos globos de aire capturados en el cristal. Cuando me volví hacia Ridder para interrogarlo, noté que interrumpiendo su siesta, me estaba observando, ansiosamente.
-Es curioso -dije mostrándole el pisapapeles-. ¿De dónde lo ha sacado usted?
Ridder acarició un momento su pulgar.
-Yo estaba en el corral, hace de eso unos diez años -empezó-. Era de noche, había luna, una maravillosa luna de verano. Las gallinas estaban alborotadas. Pensé que era un perro vecino que merodeaba por la casa. Cuando de pronto un objeto cruzó la cerca y cayó a mis pies. Lo recogí. Era el pisapapeles.
-Pero, ¿cómo vino a parar aquí?
Ridder sonrío esta vez:
-Usted lo arrojó.
(París, 1971)

Este curioso relato, aparece de pronto entre otros menos fantásticos y más cargados de realidad, aunque en realidad, en la ficción la realidad no existe. Un relato que bien se le podría adjudicar a Cortázar, un súbito aliento borgiano, que de pronto, sorprende.

Disfrútenlo mientras se pueda.

sábado, 13 de agosto de 2011

Las venas abiertas de América Latina - Eduardo Galeano

Se trata del mejor libro que he leído en todo el año, y si ciertamente puede parecer una interpretación antojadiza de una realidad secular, el enorme esfuerzo que debe haber significado el sintetizar y enfocar la historia de los pueblos de América Latina desde una perspectiva en particular, es digna de elogios. No imagino lo difícil de tamaña gesta, narrada con mucha fuerza y no con menos prolijidad ensayística; una lectura que no solo atrapa, sino que también compromete.

Y es tan acucioso como certero, un análisis global que intenta no dejar cabos sueltos y que tiene insertado además de datos documentados, breves experiencias personales; aquí se unen sociólogos y sociedad, economistas y consumidores, periodistas y entrevistados.

Claro, no todo libro es una verdad irrefutable, aún me queda pendiente leer "Manual del idiota latinoamericano", pero es fácil entender por qué lado puede diluirse la teoría de este libro: nosotros somos tan culpables de nuestros errores como aquellos que nos indujeron al error. Si de alguna manera las economías solidas del mundo supieron aprovechar nuestra desorganización fue precisamente porque estamos desorganizados.

Lo cual no quita los importantes aportes que Las Venas nos brinda, que se presenta como historia viva, fluida, mordaz e inquietante; por momentos científica y por momentos novelada.

Como siempre, me gusta aportar lo que para mí es novedad, por ejemplo, cuando Las Venas Abiertas vio la luz pública poco se sabía sobre los otros descubrimientos de América, lo que para el público en general debe haber significado una sorpresa, sobre todo cuando Galeano nos cuenta:

"América no sólo carecía de nombre. Los noruegos no sabían que la habían descubierto hacía largo tiempo, y el propio Colón murió, después de sus viajes, todavía convencido de que había llegado al Asia por la espalda"

Los conquistadores de América fueron: "En dirección a México, las diez naves de Hernán Cortés, y en 1523 Pedro de Alvarado se lanzó a la conquista de Centroamérica, Francisco Pizarro entró triunfante en el Cuzco, en 1533, apoderándose del corazón del imperio de los incas; en 1540, Pedro de Valdivia atravesaba el desierto de Atacama y fundaba Santiago de Chile."

Sobre los monocultivos Galeano nos brinda este interesante dato: "En Colombia, el café disfruta de la hegemonía. Según un informe publicado para la revista Time en 1962, los trabajadores sólo reciben un cinco por ciento, a través de salarios, del precio total que el café obtiene en su viaje desde la mata a los labios del consumidor norteamericano" "Colombia depende del café y su cotización exterior hasta tal punto que, en Antioquia, la curva de matrimonio responde ágilmente a la curva de los precios del café. Es típico de una estructura dependiente: hasta el momento propicio para una declaración de amor en una loma antioqueña se decide en la bolsa de Nueva York."

Sobre los dictadores caribeños nos dice: "Se abría la época de la política de la Buena Vecindad en Washington, pero era preciso contener a sangre y fuego la agitación social que, por todas partes, hervía. Alrededor de veinte años -unos más, otros menos- permanecieron en el poder Jorge Ubigo en Guatemala, Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador, Tiburcio Carías en Honduras y Anastasio Somoza en Nicaragua."

Sobre cómo y por qué surge la dictadura de Velasco en el país, Galeano nos recuerda: "En el Perú misteriosamente el presidente Belaúnde Terry había firmado a los pies de una filial de la Standard Oil (International Petroleum Company), y el general Velasco Alvarado derrocó al presidente, tomó las riendas del país y nacionalizó los pozos y la refinería de la empresa." Y más adelante añade: "Juan Velasco Alvarado, había estatizado los yacimientos y la refinería de la Standard Oil de Nueva Jersey, en Perú. Velasco había tomado el poder a la cabeza de una junta militar, y en la cresta de la ola de un gran escándalo político: el gobierno de Fernando Belaúnde Terry había perdido la página final del convenio de Talara, suscrito entre el Estado y la IPC (International Petroleum Company). Esa página contenía la garantía del precio mínimo que la empresa norteamericana debía pagar por el petróleo crudo nacional en su refinería." También menciona línea antes sobre las distintas reformas agrarias, proceso traumáticos y apresurados en sangre que habían sucedido en casi toda América Latina, y que en el Perú la protagonizó el dictador Velasco.

Hay un apartado interesante sobre la Guerra del Pacífico, en la que según la visión de Galeano, y en esto coinciden algunos historiadores ingleses que he leído, sobre esta guerra se cernió desde un principio una sombra inglesa: "Al abrirse la década del 90, Chile destinaba a Inglaterra las tres cuartas partes de sus exportaciones, y de Inglaterra recibía casi la mitad de sus importaciones; su dependencia comercial era todavía mayor que la que por entonces padecía la India (su colonia). La guerra había otorgado a Chile el monopolio mundial de los nitratos naturales, pero el rey del salitre era John Tomas North (gracias a los créditos que había obtenido durante la guerra, principalmente del Banco de Valparaíso)."

Encontré una reseña también sobre el primer dictador de América Latina, Gaspar Rodríguez de Francia, quien había participado en la independencia de Paraguay, y quien luego se convertiría en su dictador. Claro, aunque la visión sobre Rodríguez de Francia es un poco romántica, al parecer a Galeano no le importa si un gobernante es dictador o no, lo importante es que el resultado sea satisfactorio para el pueblo. Me hace recordar un poco a lo que pensaba Borges sobre la política en Sudamérica, y es que escuché al escritor argentino decir que deberíamos suprimir la democracia durante al menos unos doscientos años; declaraciones que además de alabar a Pinochet, le valieron el hecho de no recibir el Premio Nobel. Esta visión se parece mucho a la visión de la derecha, puesto que la derecha siempre escamotea las dictaduras que avala aduciendo que las inversiones extranjeras son un beneficio para los países. En fin, sobre Rodríguez de Francia nos dice: "Paraguay se erguía como una nación que el capital extranjero no había deformado. El largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1940) había incubado, en la matriz del aislamiento, un desarrollo económico autónomo y sostenido. El Estado, omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no existía, en la tarea de organizar la nación y orientar sus recursos y su destino. Francia se había apoyado en las masas campesinas para aplastar la oligarquía paraguaya y había conquistado la paz interior tendiendo un estricto cordón sanitario frente a los restantes países del antiguo virreinato del rio de la Plata... No había grandes fortunas privadas cuando Francia murió, y Paraguay era el único país de América Latina que no tenía mendigos, hambrientos ni ladrones; los viajeros de la época encontraban allí un oasis de tranquilidad en medio de las demás comarcas convulsionadas por guerras continuas. El norteamericano Hopkins informaba en 1845 a su gobierno que en Paraguay no hay niño que no sepa leer ni escribir."
Cierto es que los mismos paraguayos encuentran en la figura de Rodríguez de Francia la figura del fundador de la nación Paraguaya, y que a pesar de tener el poder absoluto sobre el país, conservan de él el recuerdo de un hombre que hizo grandes obras organizativas y administrativas para el pueblo, algo parecido con la visión que se tiene de Diego Portales Palazuelos en Chile, quien es considerado el Gran Organizador de la República, y también quien alguna vez dijo: "La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República"; pero que también ejerció una dictadura en su País. A este punto nos debemos preguntar si a pesar de lo bueno, podemos considerar a un dictador como una solución a los problemas de cada nación. Yo tengo una opinión al respecto, pero no creo que resulte interesante.

Lo curioso del caso paraguayo, en la visión de Galeano, es la referencia que hace a otro dictador, Alfredo Stroessner en la que sostiene: "El dictador Alfredo Stroessner, que ha convertido al Paraguay en un gran campo de concentración desde hace quince años, hizo su especialización militar en el Brasil, y los generales brasileños lo devolvieron a su país con altas calificaciones y encendidos elogios... Durante su reinado, Stroessner desplazó a los intereses angloargentinos dominantes en Paraguay durante las últimas décadas, en beneficio de Brasil y sus dueños norteamericanos..." Galeano afirma más adelante que durante el Gobierno de Alfredo Stroessner: "Uno descubre los últimos modelos de los más lujosos automóviles fabricados en Estados Unidos o Europa, traídos al país por contrabando... al mismo tiempo que se ven, por las calles, carros tirados por bueyes que acarrean lentamente los frutos del mercado: la tierra se trabaja con arados de madera y los taxímetros son Impalas 70... los generales se llenan los bolsillos y no conspiran. La industria, por supuesto, agoniza antes de crecer. El estado ni siquiera cumple con el decreto que manda preferir los productos de las fábricas nacionales en las adquisiciones públicas. Los únicos triunfos que el gobierno exhibe, orgulloso, en la materia, son las plantas de Coca Cola, Crush y Pepsi Cola, instaladas desde fines de 1966 como contribución norteamericana al progreso del pueblo paraguayo."
Curiosa visión de Galeano sobre dos dictaduras, por un lado una que organiza, educa y protege a un país; y otra que vende, empobrece y desprotege a una nación.

Una de las tantas excelentes frases que Galeano es ésta: "El capitalista muestra mayor tendencia a mirar con buenos ojos la reforma agraria y la elevación de la capacidad de consumo de las clases populares a través de la lucha sindical" Parece una verdad inquietante, tan evidente como racional, pero es peligroso para el mercado que mucha gente tenga mucho dinero, porque entonces surge la inflación y los especuladores. Es una de esas anomalías del libre mercado, en donde las restricciones surgen cuando hay mucho dinero en manos de muchos consumidores; para el libre mercado es mejor que pocos tengan mucho ¿Soné un poco socialista?

Precisamente, en Las Venas (como el mismo autor se refiere después a su libro) hay muchos ejemplos de cómo los gobiernos en Sudamérica han puesto en practica el libre mercado de modo tal que siempre se beneficiaron los capitales extranjeros, de manera libertina y a veces perniciosa; uno de los tantos ejemplos es el caso de la dictadura militar en Brasil encarnada por el mariscal Castelo Branco: "Bajo el gobierno del mariscal Castelo Branco (1964-1967) se había firmado un acuerdo de garantía de inversiones que brindaba virtual extraterritorialidad a las empresas extranjeras, se habían reducido sus impuestos a la renta y se les había otorgado facilidades extraordinarias para disfrutar del crédito... La dictadura tentaba a los capitalistas extranjeros ofreciéndoles el país como los proxenetas ofrecen a una mujer, y ponía el acento donde debía: "El trato a los extranjeros en Brasil es de los más liberales en el mundo... no hay restricciones de nacionalidad de los accionistas... no existe límite al porcentaje del capital registrado que puede ser remitido como beneficio... no hay limitaciones a la repatriación de capital, y la reinversión de ganancias está considerada un incremento del capital original.""
Pequeña muestra del desparpajo con el que gobernaron las dictaduras de derecha que más que implantar un sistema de libre mercado parecía que ponían en práctica un mercantilismo decimonónico.

Sobre las actuaciones de las entidades financieras internacionales, y para no abandonar territorio carioca, Galeano nos cuenta un poco sobre la visión del Ministro Roberto Campos, del gobierno de Castelo Branco: "De acuerdo con los términos (declaraciones del ministro Roberto Campos ante la Comisión Parlamentaria de Investigaciones sobre las transacciones efectuadas entre empresas nacionales y extranjeras) de este breve pero jugoso manifiesto capitalista, la ley de la selva es el código que naturalmente rige la vida humana y la injusticia no existe, puesto que lo que conocemos por injusticia no es más que la expresión de la cruel armonía del universo: los países pobres son pobres porque... son pobres; el destino está escrito en los astros y sólo nacemos para cumplirlo: unos, condenados a obedecer; otros, señalados para mandar... El autor fue el artífice de la política del Fondo Monetario Internacional en Brasil." Galeano coincide con la estética de una reproducción en cera, de la visión de muchos economistas contrarios a las recetas que implanta en Fondo Monetario Internacional en los países que son miembros y que solicitan créditos.

Hay una pregunta que siempre me hice en materia bancaria, y que Galeano la materializa con soberbia maestría: "Echemos al vuelo la imaginación: ¿podría un banco latinoamericano instalarse en Nueva York para captar el ahorro nacional de los Estados Unidos? La burbuja estalla en el aire: esta insólita aventura está expresamente prohibida. Ningún banco extranjero puede operar en Estados Unidos, como receptor de depósitos de los ciudadanos norteamericanos. En cambio, los bancos de los Estados Unidos disponen a su antojo, a través de numerosas filiales, del ahorro nacional latinoamericano. América Latina vela por la norteamericanización de las finanzas tan ardientemente como los Estados Unidos:"

Un hecho anecdótico sobre la OEA: "En 1962, el delegado de Haití a la Conferencia de Punta del Este cambió su voto por un aeropuerto nuevo, y así los Estados Unidos obtuvieron la mayoría necesaria para expulsar a Cuba de la Organización de Estados Americanos" Curioso, el país más pobre del continente. Vaya con Papa Doc.

Sobre los sectores pobres: "Un organismo de las Naciones Unidas estima que por lo menos una cuarta parte de la población de las ciudades latinoamericanas habita en "asentamientos que escapan a las normas modernas de construcción urbana", extenso eufemismo de los técnicos para designar los tugurios conocidos como FAVELAS en Río de Janeiro, CALLAMPAS en Santiago de Chile, JACALES en México, BARRIOS en Caracas y BARRIADAS en Lima, VILLAS MISERIA en Buenos Aires y CANTEGRILES en Montevideo. En las viviendas de lata, barro y madera que brotan antes de cada amanecer en los cinturones de las ciudades se acumula la población marginal arrojada a las ciudades por la miseria y la esperanza."

Un dato que espanta: "El régimen del general Pinochet recibió durante 1976, 290 millones de dólares de ayuda directa de los Estados Unidos sin autorización parlamentaria. Al cumplir su primer año de vida, la dictadura argentina del general Videla había recibido 500 millones de dólares de bancos privados norteamericanos y 415 millones de dos instituciones (Banco Mundial y BID) donde Estados Unidos tienen influencia decisiva."

En fin, la avalancha de datos que Las Venas nos ofrece son a veces escalofriantes, enternecedores, y otras sencillamente irrefutables, en una obra que tiene el tamaño de una gesta, y la fuerza de un diario personal; un libro que invita al compromiso y al escrutinio; que tiene en sus márgenes la historia de todo un continente golpeado por la pobreza y la convulsión.

Lectura imprescindible para los habitantes de -como dirían Los Prisioneros de Chile- "Un pueblo al sur de Estados Unidos"; y también para aquellos que quieren adentrarse en una de las tantas interpretaciones quirúrgicas de América Latina.

Quiero terminar con la siguiente cita de Galeano: "Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que zumban en la cabeza, como moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de respuesta"

jueves, 14 de julio de 2011

Última lectura - Raúl Porras Barrenechea - Pequeña antología de Lima y El nombre del Perú

Acabo de leer un libro que me gustó mucho, se trata de PEQUEÑA ANTOLOGÍA DE LIMA / EL NOMBRE DEL PERÚ, de Raúl Porras Barrenechea. Ha sido un mes y medio de lectura agradable, y en esta opinión pesa el hecho de que haya leído antes PEREGRINACIONES DE UNA PARIA, de Flora Tristán, y ambas lecturas significaron para mí, un agradable y crítico viaje hacia la Lima colonial y republicana por un lado; y hacia el análisis de la sociedad aristocrática por el otro.

El ensayo de Raúl Porras Barrenechea sobre Lima es de lectura agradable, porque presenta entre datos históricos, aportes de distintos cronistas, tradiciones de Ricardo Palma, sumados a algunos poemas que intentan crear el ambiente de toda una época; algo que resulta ciertamente placentero.

Una de las cosas que pueden interesar al lector, es por ejemplo, aquella triología que incluye la compositora Chabuca Granda en su canción "La Flor de la Canela", cuando ella se refiere al Puente (hablando del puente de piedra), el río (Rimac), y la "Alameda" (de los descalzos). Son estos tres lugares los más significativos de la Lima de antaño que el autor incluye dentro de su descripción de Lima y que la compositora usa en la canción cuando dice:

Déjame que te cuente, limeña
déjame que te diga la gloria
del ensueño que evoca la memoria
del viejo puente, del río y la alameda...

Tuve conocimiento de esta inclusión cuando Chabuca Granda fue entrevistada en España, por Soler Serrano en el programa "A Fondo" transmitido por la cadena TVE. En aquella entrevista Chabuca le cuenta al conductor que aquella frase se le vino a la mente después de haberla leído precisamente a Raúl Porras Barrenechea.

Además de este dato podemos encontrar otros más, por ejemplo una frase del historiador Vicuña Mackenna cuando al referirse a la Lima colonial dice "la primera ciudad de Sudamérica y la segunda de España, si no lo era más todavía".

También se refiere a los diferentes movimientos telúricos que azotaron la ciudad y que, pienso yo, fue una de las principales razones de que la población limeña se haga tan religiosa cuando dice el autor "Castizos colaboradores de la inquisición fueron los temblores". También se señala que los nativos limeños tenían un alivio religioso en el Señor de Pachacamac, deidad india de los terremotos. Con esto también concluyo de que ciertamente el entorno puede influir en el comportamiento de toda una comunidad.

Quienes desean saber quién fue el primer alcalde de Lima al fundarse la ciudad, aquí les dejo el dato, fue el nobilísimo alférez Don Nicolás de Ribera, "el Viejo", uno de los del Gallo (la isla).

Sobre el origen de la "tapada" limeña (en traje de saya y manto), no hay un dato claro sobre el origen de esta, pero se da a entender que se trata de la religiosidad de la mujer limeña la que propició el surgimiento este curioso traje, que lindaba entre lo seductor y lo puritano. Acerca de los entretelones del uso de esta vestimenta hay muchos datos de cronistas bastante anecdóticos, que en la cotidianeidad suscitaban distintas leyendas, por ejemplo, que esta vestimenta otorgaba mucha libertad a quien la usaba puesto que era imposible identificar a la mujer que iba dentro el traje, de manera que el anonimato resultaba muy permisivo. Algo que me parece curioso, y que me perdonen las mujeres de Lima, pero encuentro en este libro, en los aportes de distintos cronistas, y también en mi lectura de "Peregrinaciones de una Paria" la alusión hacia el materialismo de la mujer Limeña, dada a los regalos para acceder a las galanterías de los pretendientes, esto es algo que pienso, aún persiste aunque en menor grado, en la limeña de ahora.

Mención aparte merece algo que es más personal, y es que siempre he sido afín a los pies pequeños y muy bien cuidados; curiosamente señalan los distintos viajeros que pisaron Lima en los siglos XVI, XVII y XVIII, que los pies de las limeñas son pequeñísimos y muy bien cuidados, comparables con las geishas. Encuentro curioso porque siempre me dicen que esto puede significar un fetiche, pero ahora, con estos datos puedo defenderme invocando a Jung y su teoría de los arquetipos. Al respecto nos cuenta Don Ricardo Palma:

Con una rica media
y un buen zapato
siempre harán las limeñas
pecar a un beato.

Sobre los nacimientos navideños, tan prolíficos en nuestra ciudad nos cuenta el viajero Max Rediguet, quien fuera secretario del Almirante francés Du Petit Thouars, allá por el año 1844: "Los autores de estos nacimientos son verdaderos artistas populares, entre los que se entabla una lucha de imaginación, de ingenuidad y a veces hasta de erudición. Entre los diversos barrios de la ciudad hay rivalidades de nacimientos. Unos son ricos, otros más completos, otros de más ingeniosa invención."

En fin, sobre Lima hay tantos y tan buenos datos que Raúl Porras Barrenechea nos aporta, que sería una necedad anotarlos todos aquí. Sobre el nombre del Perú se relatan una serie de versiones dentro de las que destaca un debate realizado en una conferencia que se celebró en Lima en el año 1951 denominada "Primer Congreso Internacional de Peruanistas", en el que participa el autor junto al afamado etnólogo francés Paul Rivet, y en él hay un aporte del mismo muy interesante sobre el origen del nombre del Perú, en el cual señala que en el río Patia, existe una voz PI-LU, perteneciente a la lengua barbacoa, que significa "aguada" o "río". Esto se concierta, curiosamente con la afirmación del cronista Blas Valera, trasmitida por Garcilaso, de que la voz Perú provenía de una palabra indígena PELU, que significa río. Además de esto Paul Rivet afirma que en Panamá ya se conocía la existencia del Imperio Inca ya que muchas naves incas comerciaban con distintos territorios del Caribe y México. Esto lo deduce puesto que en muchos lugares de México existían técnicas incas para trabajar los metales.

Bueno, este libro es muy bueno y creo que muchos disfrutarán su lectura informándose con datos no muy conocidos y aportes que el catedrático, historiador, ensayista y senador Raúl Porras Barrenechea entrega al lector; y que no deberíamos desaprovechar.