lunes, 22 de agosto de 2011

RIDDER Y EL PISAPAPELES - Julio Ramón Ribeyro

Acabo de leer el cuentario de Julio Ramón Ribeyro titulado "Nada que hacer, Monsieur Baruch, y otros relatos" y quiero hacer algo que por cuestiones legales, y casi por costumbre, no está permitido. Al decir esto, pienso en que frecuentemente la prohibición hace una costumbre; pero curioso, a menudo, la costumbre puede derribar una prohibición en esta curiosa libertad social cargada de regulaciones, reglamentos y lamentaciones; en fin... trasladaré aquí, este genial cuento, al cual prácticamente me he vuelto adicto:

RIDDER Y EL PISAPAPELES

Para ver a Charles Ridder tuve que atravesar toda Bélgica en tren. Teniendo en cuenta las dimensiones del país, fue como viajar del centro de una ciudad a un suburbio más o menos lejano. Madame Ana y yo tomamos el rápido de Amberes a las once de la mañana y poco antes de mediodía, después de haber hecho una conexión, estábamos en el andén de Blanken, un pueblecito perdido en una planicie sin gracia, cerca de la frontera francesa.
-Ahora a caminar- dijo madame Ana.
Y nos echamos a caminar por el campo chato, recordando la vez que en la biblioteca de madame Ana cogí al azar un libro de Ridder y no lo abandoné hasta que terminé de leerlo.
-Y después no quiso leer otra cosa que Ridder.
Eso era verdad. Durante un mes pasé leyendo sus obras. Intemporales, transcurrían en un país sin nombre ni fronteras, que podía corresponder a una kermese flamenca, pero también a una verbena española o a una fiesta bávara de la cerveza. Por ellas discurrían hombres corpulentos, charlatanes y tragones, que tumbaban a las doncellas en los prados y se desafiaban a combates singulares, en los que predominaba la fuerza sobre la destreza. Carecían de toda elegancia, esas obras, pero eran coloreadas, violentas, impúdicas, tenían la fuerza de un puño labriego haciendo trizas un terrón de arcilla.

Al ver mi entusiasmo madame Ana me reveló que Ridder era su padrino y es por ello que ahora, anunciada nuestra visita, nos acercábamos a su casa de campo, cortando una pradera. No lejos distinguí un pedazo de mar plomizo y agitado que me pareció, en ese momento, una interpolación del paisaje de mi país. Cosa extraña, eran quizás las dunas, la yerba ahogada por la arena y la tenacidad con que las olas barrían esa costa seca.
Al doblar un sendero avistamos la casa, una casa como la de cualquier campesino del lugar, construida al fondo de un corral que circundaba un muro de piedra. Precedidos por una embajada de perros y gallinas llegamos a la puerta.
-Hace por lo menos diez años que no lo veo- dijo madame Ana-. Él vive completamente retirado.
Nos recibió una vieja que podía ser una gobernanta o ama de llaves.
-El señor los espera.
Ridder estaba sentado en un sillón de su sala-escritorio, con las piernas cubiertas con una frazada y al vernos aparecer no hizo el menor movimiento. No obstante, por las dimensiones del sillón y el formato de sus botas, pude apreciar que era extremadamente fornido y comprendí en el acto que entre él y sus obras no había ninguna fisura, que ese viejo corpachón, rojo, canoso, con un bigote amarillo por el tabaco, era el molde ya probablemente averiado de donde habían salido en serie sus colosos.
Madame Ana le explicó que era un amigo que venía de Sudamérica y que había querido conocerlo. Ridder me invitó a sentarme con un ademán frente a él mientras su ahijada le daba cuenta de la familia, de lo que había sucedido en tantos años que no se veían. Ridder la escuchaba aburrido, sin responder una sola palabra, contemplando sus dos enormes manos curtidas y pecosas. Tan sólo de vez en cuando levantaba un ojo para observarme a través de sus cejas grises, mirada rápida, celeste, que sólo en ese momento parecía cobrar una irresistible acuidad. Luego recaía en su distracción, en su torpor.
La gobernanta había traído una botella de vino con dos vasos y una tisana para su patrón. Nuestro brindis no encontró ningún eco en Ridder, que sin tocar su tisana jugaba ahora con su dedo pulgar. Madame Ana seguía hablando y Ridder parecía, si no complacerse, al menos habituarse a esa cháchara que amoblaba el silencio y lo ponía al abrigo de toda interrogación.
Aprovechando una pausa de madame Ana pude al fin intercalar una frase.
-He leído todos sus libros, señor Ridder, y créame que los he apreciado mucho. Pienso que es usted un gran escritor. No creo exagerar: un gran escritor.
Lejos de Agradecerme, Ridder se limitó a clavarme una vez más sus ojos celestes, esta vez con cierto estupor, y luego, con la mano, indicó vagamente la biblioteca de su sala, que ocupaba íntegramente un muro, desde el suelo hasta el cielo raso. En su gesto creí comprender una respuesta: "Cuánto se ha escrito."
-Pero dígame, señor Ridder -insistí-, ¿en qué mundo viven sus personajes? ¿De qué época, de qué lugar?
-¿Época?,¿lugar? -preguntó a su vez y volviéndose a madame Ana le interrogó sobre un perro que seguramente les era familiar.
Madame Ana le contó la historia del perro, muerto ya hacía años y Ridder pareció encontrar un placer especial en el relato, pues se animó a probar su tisana y encendió un cigarrillo.
Pero ya la gobernanta entraba con una mesita rodante anunciándonos el almuerzo, que tomaríamos allí en la sala, para que el señor no tuviera que levantarse.
El almuerzo fue penosamente aburrido. Madame Ana, agotado su repertorio de novedades, no sabía qué decir. Ridder sólo abría la boca para engullir su comida, con una voracidad que me chocó. Yo reflexionaba sobre la decepción, sobre la ferocidad que pone la vida en destruir las imágenes más hermosas que nos hacemos de ella. Ridder poseía la talla de sus personajes, pero no su voz, ni su aliento. Ridder era, ahora lo notaba, una estatua hueca.
Sólo cuando llegamos al postre, al beber medio vaso de vino, se animó a hablar un poco y narró la historia de caza, pero enredada, incomprensible, pues transcurría tan pronto en Castilla la Vieja como en las planicies de Flandes y el protagonista era alternativamente Felipe II y el mismo Ridder. En fin, una historia completamente idiota.
Luego vino el café y el aburrimiento se espesó. Yo miraba a madame Ana de reojo, rogándole casi que nos fuéramos ya, que encontrara una excusa para salir de allí. Ridder, además, embotado por la comida, cabeceaba en un sillón, ignorándonos.
Por hacer algo me puse de pie, encendí un cigarrillo y di unos pasos por la sala-escritorio. Fue sólo en ese momento cuando lo vi: cúbico, azul, transparente con las aristas biseladas, estaba en la mesa de Ridder, detrás de un tintero de bronce. Era exacto al pisapapeles que me acompañó desde la infancia hasta mis veinte años, su réplica perfecta. Había sido de mi abuelo, que lo trajo de Europa a fines de siglo, lo legó a mi padre y yo lo heredé junto con libros y papeles. Nunca pude encontrar en Lima uno igual. Era pesado, pero al mismo tiempo diáfano, verdaderamente funcional. Una noche, en Miraflores, fui despertado por un concierto de gatos que celaban en la azotea. Saliendo al jardín grité, los amenacé. Pero como seguían haciendo ruido, regresé a mi cuarto, busqué qué cosa arrojarles y lo primero que vi fue el pisapapeles. Cogiéndolo, salí nuevamente al jardín y lancé el artefacto contra la buganvilla donde maullaban los gatos. Éstos huyeron y pude dormir tranquilo.
Al día siguiente, lo primero que hice al levantarme fue subir al techo para recoger el pisapapeles. Inútil encontrarlo. Examiné la azotea palmo a palmo, aparté una por una las ramas de la buganvilla, pero no había rastro. Se había perdido, para siempre.
Pero ahora, lo estaba viendo otra vez, brillaba en la penumbra de ese interior belga, Acercándome lo cogí, lo sopesé en mis manos, observé sus aristas quiñadas, lo miré al trasluz contra la ventana, descubrí sus minúsculos globos de aire capturados en el cristal. Cuando me volví hacia Ridder para interrogarlo, noté que interrumpiendo su siesta, me estaba observando, ansiosamente.
-Es curioso -dije mostrándole el pisapapeles-. ¿De dónde lo ha sacado usted?
Ridder acarició un momento su pulgar.
-Yo estaba en el corral, hace de eso unos diez años -empezó-. Era de noche, había luna, una maravillosa luna de verano. Las gallinas estaban alborotadas. Pensé que era un perro vecino que merodeaba por la casa. Cuando de pronto un objeto cruzó la cerca y cayó a mis pies. Lo recogí. Era el pisapapeles.
-Pero, ¿cómo vino a parar aquí?
Ridder sonrío esta vez:
-Usted lo arrojó.
(París, 1971)

Este curioso relato, aparece de pronto entre otros menos fantásticos y más cargados de realidad, aunque en realidad, en la ficción la realidad no existe. Un relato que bien se le podría adjudicar a Cortázar, un súbito aliento borgiano, que de pronto, sorprende.

Disfrútenlo mientras se pueda.

sábado, 13 de agosto de 2011

Las venas abiertas de América Latina - Eduardo Galeano

Se trata del mejor libro que he leído en todo el año, y si ciertamente puede parecer una interpretación antojadiza de una realidad secular, el enorme esfuerzo que debe haber significado el sintetizar y enfocar la historia de los pueblos de América Latina desde una perspectiva en particular, es digna de elogios. No imagino lo difícil de tamaña gesta, narrada con mucha fuerza y no con menos prolijidad ensayística; una lectura que no solo atrapa, sino que también compromete.

Y es tan acucioso como certero, un análisis global que intenta no dejar cabos sueltos y que tiene insertado además de datos documentados, breves experiencias personales; aquí se unen sociólogos y sociedad, economistas y consumidores, periodistas y entrevistados.

Claro, no todo libro es una verdad irrefutable, aún me queda pendiente leer "Manual del idiota latinoamericano", pero es fácil entender por qué lado puede diluirse la teoría de este libro: nosotros somos tan culpables de nuestros errores como aquellos que nos indujeron al error. Si de alguna manera las economías solidas del mundo supieron aprovechar nuestra desorganización fue precisamente porque estamos desorganizados.

Lo cual no quita los importantes aportes que Las Venas nos brinda, que se presenta como historia viva, fluida, mordaz e inquietante; por momentos científica y por momentos novelada.

Como siempre, me gusta aportar lo que para mí es novedad, por ejemplo, cuando Las Venas Abiertas vio la luz pública poco se sabía sobre los otros descubrimientos de América, lo que para el público en general debe haber significado una sorpresa, sobre todo cuando Galeano nos cuenta:

"América no sólo carecía de nombre. Los noruegos no sabían que la habían descubierto hacía largo tiempo, y el propio Colón murió, después de sus viajes, todavía convencido de que había llegado al Asia por la espalda"

Los conquistadores de América fueron: "En dirección a México, las diez naves de Hernán Cortés, y en 1523 Pedro de Alvarado se lanzó a la conquista de Centroamérica, Francisco Pizarro entró triunfante en el Cuzco, en 1533, apoderándose del corazón del imperio de los incas; en 1540, Pedro de Valdivia atravesaba el desierto de Atacama y fundaba Santiago de Chile."

Sobre los monocultivos Galeano nos brinda este interesante dato: "En Colombia, el café disfruta de la hegemonía. Según un informe publicado para la revista Time en 1962, los trabajadores sólo reciben un cinco por ciento, a través de salarios, del precio total que el café obtiene en su viaje desde la mata a los labios del consumidor norteamericano" "Colombia depende del café y su cotización exterior hasta tal punto que, en Antioquia, la curva de matrimonio responde ágilmente a la curva de los precios del café. Es típico de una estructura dependiente: hasta el momento propicio para una declaración de amor en una loma antioqueña se decide en la bolsa de Nueva York."

Sobre los dictadores caribeños nos dice: "Se abría la época de la política de la Buena Vecindad en Washington, pero era preciso contener a sangre y fuego la agitación social que, por todas partes, hervía. Alrededor de veinte años -unos más, otros menos- permanecieron en el poder Jorge Ubigo en Guatemala, Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador, Tiburcio Carías en Honduras y Anastasio Somoza en Nicaragua."

Sobre cómo y por qué surge la dictadura de Velasco en el país, Galeano nos recuerda: "En el Perú misteriosamente el presidente Belaúnde Terry había firmado a los pies de una filial de la Standard Oil (International Petroleum Company), y el general Velasco Alvarado derrocó al presidente, tomó las riendas del país y nacionalizó los pozos y la refinería de la empresa." Y más adelante añade: "Juan Velasco Alvarado, había estatizado los yacimientos y la refinería de la Standard Oil de Nueva Jersey, en Perú. Velasco había tomado el poder a la cabeza de una junta militar, y en la cresta de la ola de un gran escándalo político: el gobierno de Fernando Belaúnde Terry había perdido la página final del convenio de Talara, suscrito entre el Estado y la IPC (International Petroleum Company). Esa página contenía la garantía del precio mínimo que la empresa norteamericana debía pagar por el petróleo crudo nacional en su refinería." También menciona línea antes sobre las distintas reformas agrarias, proceso traumáticos y apresurados en sangre que habían sucedido en casi toda América Latina, y que en el Perú la protagonizó el dictador Velasco.

Hay un apartado interesante sobre la Guerra del Pacífico, en la que según la visión de Galeano, y en esto coinciden algunos historiadores ingleses que he leído, sobre esta guerra se cernió desde un principio una sombra inglesa: "Al abrirse la década del 90, Chile destinaba a Inglaterra las tres cuartas partes de sus exportaciones, y de Inglaterra recibía casi la mitad de sus importaciones; su dependencia comercial era todavía mayor que la que por entonces padecía la India (su colonia). La guerra había otorgado a Chile el monopolio mundial de los nitratos naturales, pero el rey del salitre era John Tomas North (gracias a los créditos que había obtenido durante la guerra, principalmente del Banco de Valparaíso)."

Encontré una reseña también sobre el primer dictador de América Latina, Gaspar Rodríguez de Francia, quien había participado en la independencia de Paraguay, y quien luego se convertiría en su dictador. Claro, aunque la visión sobre Rodríguez de Francia es un poco romántica, al parecer a Galeano no le importa si un gobernante es dictador o no, lo importante es que el resultado sea satisfactorio para el pueblo. Me hace recordar un poco a lo que pensaba Borges sobre la política en Sudamérica, y es que escuché al escritor argentino decir que deberíamos suprimir la democracia durante al menos unos doscientos años; declaraciones que además de alabar a Pinochet, le valieron el hecho de no recibir el Premio Nobel. Esta visión se parece mucho a la visión de la derecha, puesto que la derecha siempre escamotea las dictaduras que avala aduciendo que las inversiones extranjeras son un beneficio para los países. En fin, sobre Rodríguez de Francia nos dice: "Paraguay se erguía como una nación que el capital extranjero no había deformado. El largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1940) había incubado, en la matriz del aislamiento, un desarrollo económico autónomo y sostenido. El Estado, omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no existía, en la tarea de organizar la nación y orientar sus recursos y su destino. Francia se había apoyado en las masas campesinas para aplastar la oligarquía paraguaya y había conquistado la paz interior tendiendo un estricto cordón sanitario frente a los restantes países del antiguo virreinato del rio de la Plata... No había grandes fortunas privadas cuando Francia murió, y Paraguay era el único país de América Latina que no tenía mendigos, hambrientos ni ladrones; los viajeros de la época encontraban allí un oasis de tranquilidad en medio de las demás comarcas convulsionadas por guerras continuas. El norteamericano Hopkins informaba en 1845 a su gobierno que en Paraguay no hay niño que no sepa leer ni escribir."
Cierto es que los mismos paraguayos encuentran en la figura de Rodríguez de Francia la figura del fundador de la nación Paraguaya, y que a pesar de tener el poder absoluto sobre el país, conservan de él el recuerdo de un hombre que hizo grandes obras organizativas y administrativas para el pueblo, algo parecido con la visión que se tiene de Diego Portales Palazuelos en Chile, quien es considerado el Gran Organizador de la República, y también quien alguna vez dijo: "La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República"; pero que también ejerció una dictadura en su País. A este punto nos debemos preguntar si a pesar de lo bueno, podemos considerar a un dictador como una solución a los problemas de cada nación. Yo tengo una opinión al respecto, pero no creo que resulte interesante.

Lo curioso del caso paraguayo, en la visión de Galeano, es la referencia que hace a otro dictador, Alfredo Stroessner en la que sostiene: "El dictador Alfredo Stroessner, que ha convertido al Paraguay en un gran campo de concentración desde hace quince años, hizo su especialización militar en el Brasil, y los generales brasileños lo devolvieron a su país con altas calificaciones y encendidos elogios... Durante su reinado, Stroessner desplazó a los intereses angloargentinos dominantes en Paraguay durante las últimas décadas, en beneficio de Brasil y sus dueños norteamericanos..." Galeano afirma más adelante que durante el Gobierno de Alfredo Stroessner: "Uno descubre los últimos modelos de los más lujosos automóviles fabricados en Estados Unidos o Europa, traídos al país por contrabando... al mismo tiempo que se ven, por las calles, carros tirados por bueyes que acarrean lentamente los frutos del mercado: la tierra se trabaja con arados de madera y los taxímetros son Impalas 70... los generales se llenan los bolsillos y no conspiran. La industria, por supuesto, agoniza antes de crecer. El estado ni siquiera cumple con el decreto que manda preferir los productos de las fábricas nacionales en las adquisiciones públicas. Los únicos triunfos que el gobierno exhibe, orgulloso, en la materia, son las plantas de Coca Cola, Crush y Pepsi Cola, instaladas desde fines de 1966 como contribución norteamericana al progreso del pueblo paraguayo."
Curiosa visión de Galeano sobre dos dictaduras, por un lado una que organiza, educa y protege a un país; y otra que vende, empobrece y desprotege a una nación.

Una de las tantas excelentes frases que Galeano es ésta: "El capitalista muestra mayor tendencia a mirar con buenos ojos la reforma agraria y la elevación de la capacidad de consumo de las clases populares a través de la lucha sindical" Parece una verdad inquietante, tan evidente como racional, pero es peligroso para el mercado que mucha gente tenga mucho dinero, porque entonces surge la inflación y los especuladores. Es una de esas anomalías del libre mercado, en donde las restricciones surgen cuando hay mucho dinero en manos de muchos consumidores; para el libre mercado es mejor que pocos tengan mucho ¿Soné un poco socialista?

Precisamente, en Las Venas (como el mismo autor se refiere después a su libro) hay muchos ejemplos de cómo los gobiernos en Sudamérica han puesto en practica el libre mercado de modo tal que siempre se beneficiaron los capitales extranjeros, de manera libertina y a veces perniciosa; uno de los tantos ejemplos es el caso de la dictadura militar en Brasil encarnada por el mariscal Castelo Branco: "Bajo el gobierno del mariscal Castelo Branco (1964-1967) se había firmado un acuerdo de garantía de inversiones que brindaba virtual extraterritorialidad a las empresas extranjeras, se habían reducido sus impuestos a la renta y se les había otorgado facilidades extraordinarias para disfrutar del crédito... La dictadura tentaba a los capitalistas extranjeros ofreciéndoles el país como los proxenetas ofrecen a una mujer, y ponía el acento donde debía: "El trato a los extranjeros en Brasil es de los más liberales en el mundo... no hay restricciones de nacionalidad de los accionistas... no existe límite al porcentaje del capital registrado que puede ser remitido como beneficio... no hay limitaciones a la repatriación de capital, y la reinversión de ganancias está considerada un incremento del capital original.""
Pequeña muestra del desparpajo con el que gobernaron las dictaduras de derecha que más que implantar un sistema de libre mercado parecía que ponían en práctica un mercantilismo decimonónico.

Sobre las actuaciones de las entidades financieras internacionales, y para no abandonar territorio carioca, Galeano nos cuenta un poco sobre la visión del Ministro Roberto Campos, del gobierno de Castelo Branco: "De acuerdo con los términos (declaraciones del ministro Roberto Campos ante la Comisión Parlamentaria de Investigaciones sobre las transacciones efectuadas entre empresas nacionales y extranjeras) de este breve pero jugoso manifiesto capitalista, la ley de la selva es el código que naturalmente rige la vida humana y la injusticia no existe, puesto que lo que conocemos por injusticia no es más que la expresión de la cruel armonía del universo: los países pobres son pobres porque... son pobres; el destino está escrito en los astros y sólo nacemos para cumplirlo: unos, condenados a obedecer; otros, señalados para mandar... El autor fue el artífice de la política del Fondo Monetario Internacional en Brasil." Galeano coincide con la estética de una reproducción en cera, de la visión de muchos economistas contrarios a las recetas que implanta en Fondo Monetario Internacional en los países que son miembros y que solicitan créditos.

Hay una pregunta que siempre me hice en materia bancaria, y que Galeano la materializa con soberbia maestría: "Echemos al vuelo la imaginación: ¿podría un banco latinoamericano instalarse en Nueva York para captar el ahorro nacional de los Estados Unidos? La burbuja estalla en el aire: esta insólita aventura está expresamente prohibida. Ningún banco extranjero puede operar en Estados Unidos, como receptor de depósitos de los ciudadanos norteamericanos. En cambio, los bancos de los Estados Unidos disponen a su antojo, a través de numerosas filiales, del ahorro nacional latinoamericano. América Latina vela por la norteamericanización de las finanzas tan ardientemente como los Estados Unidos:"

Un hecho anecdótico sobre la OEA: "En 1962, el delegado de Haití a la Conferencia de Punta del Este cambió su voto por un aeropuerto nuevo, y así los Estados Unidos obtuvieron la mayoría necesaria para expulsar a Cuba de la Organización de Estados Americanos" Curioso, el país más pobre del continente. Vaya con Papa Doc.

Sobre los sectores pobres: "Un organismo de las Naciones Unidas estima que por lo menos una cuarta parte de la población de las ciudades latinoamericanas habita en "asentamientos que escapan a las normas modernas de construcción urbana", extenso eufemismo de los técnicos para designar los tugurios conocidos como FAVELAS en Río de Janeiro, CALLAMPAS en Santiago de Chile, JACALES en México, BARRIOS en Caracas y BARRIADAS en Lima, VILLAS MISERIA en Buenos Aires y CANTEGRILES en Montevideo. En las viviendas de lata, barro y madera que brotan antes de cada amanecer en los cinturones de las ciudades se acumula la población marginal arrojada a las ciudades por la miseria y la esperanza."

Un dato que espanta: "El régimen del general Pinochet recibió durante 1976, 290 millones de dólares de ayuda directa de los Estados Unidos sin autorización parlamentaria. Al cumplir su primer año de vida, la dictadura argentina del general Videla había recibido 500 millones de dólares de bancos privados norteamericanos y 415 millones de dos instituciones (Banco Mundial y BID) donde Estados Unidos tienen influencia decisiva."

En fin, la avalancha de datos que Las Venas nos ofrece son a veces escalofriantes, enternecedores, y otras sencillamente irrefutables, en una obra que tiene el tamaño de una gesta, y la fuerza de un diario personal; un libro que invita al compromiso y al escrutinio; que tiene en sus márgenes la historia de todo un continente golpeado por la pobreza y la convulsión.

Lectura imprescindible para los habitantes de -como dirían Los Prisioneros de Chile- "Un pueblo al sur de Estados Unidos"; y también para aquellos que quieren adentrarse en una de las tantas interpretaciones quirúrgicas de América Latina.

Quiero terminar con la siguiente cita de Galeano: "Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que zumban en la cabeza, como moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de respuesta"